Bien, puede que me haya tomado un descanso, nada serio, unas semanas desde mi último post de diciembre de 2018.
No os habéis perdido mucho (inserte cara de disimulo descarado aquí). Podríamos resumir esto así:
Febrero de 2018, cajas empaquetadas para una inminente mudanza a Venecia. Giro en los acontecimientos, cosas, entrevista y de repente: hola, soy Ryanair, estás contratada para volar 18 meses, te mandamos a Colonia (Alemania)
Más o menos os quedasteis por aquí.
Llegué a Colonia, flipé duro con lo difícil que era encontrar casa, un hostal de mala muerte, un segundo hostal, una casita un mes, vuelta al hostal, una segunda casa dos meses, una tercera casa por unos días, donde Cristo perdió la chancla, una cuarta en la que he vivido un año y medio, una quinta mi última quincena en Colonia. Anécdotas infinitas, un dueño de hostal bloqueado en mi teléfono, un conductor de Über reventando el parachoques, una cantante de ópera como vecina, un espíritu abriendo grifos del baño...
Visitas, borracheras, fiestas, mil formas de subir una escalera, de esto lo que queráis, tengo la sensación de que me fui de Erasmus con 22 años y todavía no lo he terminado.
En el camino, me he enamorado y desenamorado de Colonia tantas veces que he perdido la cuenta, pero al final, como las relaciones intensitas, me ha dejado huella. Y asi, entre ji ji ja ja, en este año y medio de casas sin Tv, sin Wifi, sin microondas, sin sillas, sin lavadoras y sin tanto de tantas cosas, pero con tanto de otras... llega febrero y mi fin de contrato.
No sabía con certeza absoluta que no me iban a renovar, pero las probabilidades eran muy altas, objetivamente, sin tener que usar mis poderes de piscis.
No me pillaba con el culo al aire, llevaba meses haciendo entrevistas para otras aerolíneas, aunque al final recibir la confirmación de que te echan, es siempre un momento intenso. Nunca te acostumbras a dejar un país, nunca te vas de un sitio, sin dejar allí gente con la que te gustaría poder tomarte un café, casi solo cruzando una calle.
Teminé con Ryanair el 10 de febrero y el 12 de febrero, tachán, ya estaba contratada en otra aerolínea, esperando para empezar el curso, que se hace antes de incorporarse en marzo. Así que en un mes, maletas, Carnaval de Colonia, su resaca infinita, mudanza, risas, viaje a Madrid, mi cumple, más maletas, paquetes, cerves, cenas, más risas, paquetes...
Et voilá, llega el 11 de marzo y aterrizo en Riga, lista para mi curso en la nueva aerolínea. Clases, clases y cuando me levanto la mañana del 15, para una vez en esta santa vida que decido acostarme pronto, descubro en Whatsapp que durante mi sueño reparador, nos han cancelado el curso y tenemos que volver a nuestros países por la pandemia.
Le había pedido a la aerolínea que no me compraran billete, mi intención primera era quedarme allí, donde el número de infectados es muy bajito, pero te cambia la perspectiva cuando te dicen que el país va a cerrar fronteras durante un mes.
Así que bajo a buscar a mis compañeros (mis maletas sin hacer, os recuerdo que estaba sobada) y me dicen que ya tienen billete y que están esperando el taxi para ir al aeropuerto. Podría haber protagonizado el videoclip de Poker Face sin problema.
Llamé a mi compañía, en menos de diez minutos ya tenía el billete, volaba a Madrid con otras dos compañeras al día siguiente. Así que después de nuestra mítica última noche en el hotel, llegamos a España.
El resto de momento ya os lo sabéis. #yomequedoencasa
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